domingo, 15 de noviembre de 2009

Momentos felices

Cuando llueve, y reviso mis papeles, y acabo
tirando todo al fuego: poemas incompletos,
pagarés no pagados, cartas de amigos muertos,
fotografías, besos guardados en un libro,
renuncio al peso muerto de mi terco pasado,
soy fúlgido, engrandezco justo en cuanto me niego,
y así atizo las llamas, y salto la fogata,
y apenas si comprendo lo que al hacerlo siento,
¿no es la felicidad lo que me exalta?

Cuando salgo a la calle silbando alegremente
--el pitillo en los labios, el alma disponible--
y les hablo a los niños o me voy con las nubes,
mayo apunta y la brisa lo va todo ensanchando,
las muchachas estrenan sus escotes, sus brazos
desnudos y morenos, sus ojos asombrados,
y ríen ni ellas saben por qué sobreabundando,
salpican de alegría que así tiembla reciente,
¿no es la felicidad lo que siente?

Cuando llega un amigo, la casa está vacía,
pero mi amada saca jamón, anchoas, queso,
aceitunas, percebes, dos botellas de blanco,
y yo asisto al milagro --sé que todo es fiado--,
y no quiero pensar si podremos pagarlo;
y cuando sin medida bebemos y charlamos,
y el amigo es dichoso, cree que somos dichosos,
y lo somos quizá burlando así a la muerte,
¿no es felicidad lo que trasciende?

Cuando me he despertado, permanezco tendido
con el balcón abierto. Y amanece: las aves
trinan su algarabía pagana lindamente:
y debo levantarme, pero no me levanto;
y veo, boca arriba, reflejada en el techo
la ondulación del mar y el iris de su nácar,
y sigo allí tendido, y nada importa nada,
¿no aniquilo así el tiempo? ¿No me salvo del miedo?
¿No es felicidad lo que amanece?

Cuando voy al mercado, miro los abridores
y, apretando los dientes, las redondas cerezas,
los higos rezumantes, las ciruelas caídas
del árbol de la vida, con pecado sin duda
pues que tanto me tientan. Y pregunto su precio,
regateo, consigo por fin una rebaja,
mas terminado el juego, pago el doble y es poco,
y abre la vendedora sus ojos asombrados,
¿no es la felicidad lo que allí brota?

Cuando puedo decir: el día ha terminado.
Y con el día digo su trajín, su comercio,
la busca del dinero, la lucha de los muertos.
Y cuando así cansado, manchado, llego a casa,
me siento en la penumbra y enchufo el tocadiscos,
y acuden Kachaturian, o Mozart, o Vivaldi,
y la música reina, vuelvo a sentirme limpio,
sencillamente limpio y, pese a todo, indemne,
¿no es la felicidad lo que me envuelve?

Cuando tras dar mil vueltas a mis preocupaciones,
me acuerdo de un amigo, voy a verle, me dice:
"Estaba justamente pensando en ir a verte."
Y hablamos largamente, no de mis sinsabores,
pues él, aunque quisiera, no podría ayudarme,
sino de cómo van las cosas en Jordania,
de un libro de Neruda, de su sastre, del viento,
y al marcharme me siento consolado y tranquilo,
¿no es la felicidad lo que me vence?

Abrir nuestras ventanas; sentir el aire nuevo;
pasar por un camino que huele a madreselvas;
beber con un amigo; charlar o bien callarse;
sentir que el sentimiento de los otros es nuestro;
mirarse en unos ojos que nos miran sin mancha,
¿no es esto ser feliz pese a la muerte?
Vencido y traicionado, ver casi con cinismo
que no pueden quitarme nada más y que aún vivo,
¿no es la felicidad que no se vende?

Gabriel Celaya

domingo, 8 de noviembre de 2009

Yo soy. Monólogos del loco pluscuamperfercto y homicida

La última vez que me morí doctor, fue como una ola, a la orilla del Mar Muerto, durante la guerra que dio origen al nacimiento del estado de Israel, ya sabe, en el año cuarenta y ocho, al acabar la mundial. Allí, también tuve que matar desde luego. Tuve que elegir entre vivir o morir y disparé contra aquella figura borrosa que apuntaba su arma contra mí. La mía temblaba entre mis manos, la respira¬ción temblaba en mis jadeos, me temblaban la vista y el pensamiento, la convic¬ción y la hombría. La tierra entera y el cielo me temblaban, pero disparé. Apreté el gatillo y los dientes contra aquella figura borrosa que temblaba su arma contra mí, El Enemigo, y lo abatí. Yo tuve más suerte, seguí vivo y durante muchas noches, estuve viendo caer su cuerpo una y otra vez. Estuve viendo la sorpresa de sus ojos en su cara de enemigo, mirarme desde el umbral de la muerte, hasta que me hizo comprender que él y yo éramos lo mismo.

Ver blog del autor

lunes, 27 de abril de 2009

Recuerdos...

"Marina me dijo una vez que sólo recordamos lo que nunca sucedió. Pasaría una eternidad antes de que comprendiese aquellas palabras"

Carlos Ruiz Zafón

viernes, 20 de febrero de 2009

Alegría

Podía precindir de la justicia, de la razón, de un sentido de la existencia y del universo, había comprobado que el mundo se las areglaba de maravilla sin todas esas abstracciones,,, pero no podía prescindir de un poco de alegría y el anhelo de este poquito de alegría era de hecho una de aquellas llamas que ardían en mí, en las que aún creía y a partir de las cuales pensaba recrearme de nuevo en el mundo...

Herman Hesse (Rastro de un sueño)

sábado, 31 de enero de 2009

Balada del Mal Genio

Hay días en que siento una desgana
de mí, de ti, de todo lo que insiste en creerse
y me hallo solidariamente cretino
apto para que en mí vacilen los rencores
y nada me parezca un aceptable augurio.

Días en que abro el diario con el corazón en la boca
como si aguardara de veras que mi nombre
fuera a aparecer en los avisos fúnebres
seguido de la nómina de parientes y amigos
y de todo indócil personal a mis órdenes.

Hay días que ni siquiera son oscuros
días en que pierdo el rastro de mi pena
y resuelvo las palabras cruzadas
con una rabia hecha para otra ocasión
digamos, por ejemplo, para noches de insomnio.

Días en que uno sabe que hace mucho era bueno
bah tal vez no hace tanto que salía la luna
limpia como después de jabón perfumado
y aquello si era auténtica melancolía
y no este malsano, dulce aburrimiento.

Bueno, esta balada sólo es para avisarte
que en esos pocos días no me tomes en cuenta.
Mario Benedetti

domingo, 18 de enero de 2009

Una querencia tengo por tu acento

Una querencia tengo por tu acento,
una apetencia por tu compañía
y una dolencia de melancolía
por la ausencia del aire de tu viento. Paciencia necesita mi tormento
urgencia de tu garza galanía,
tu clemencia solar mi helado día,
tu asistencia la herida en que lo cuento. ¡Ay, querencia, dolencia y apetencia!:
tus sustanciales besos, mi sustento,
me faltan y me muero sobre mayo. Quiero que vengas, flor, desde tu ausencia,
a serenar la sien del pensamiento
que desahoga en mí su eterno rayo.

Miguel Hernández